lunes, 12 de marzo de 2018

El beso



El beso
  
Antonio Pujía eligió, al azar, uno de los bloques de mármol de Carrara que

había ido comprando a lo largo de los años.

Era una lápida. De alguna tumba vendría, vay a a saber de dónde; él no tenía

la menor idea de cómo había ido a parar a su taller.

Antonio acostó la lápida sobre una base de apoy o, y se puso a trabajarla.

Alguna idea tenía de lo que quería esculpir, o quizá no tenía ninguna. Empezó por

borrar la inscripción: el nombre de un hombre, el año del nacimiento, el año del

fin.

Después, el cincel penetró el mármol. Y Antonio encontró una sorpresa, que

lo estaba esperando piedra adentro: la veta tenía la forma de dos caras que se

juntaban, algo así como dos perfiles unidos frente a frente, la nariz pegada a la

nariz, la boca pegada a la boca.

El escultor obedeció a la piedra. Y fue excavando, suavemente, hasta que

cobró relieve aquel encuentro que la piedra contenía.

Al día siguiente, dio por concluido su trabajo. Y entonces, cuando levantó la

escultura, vio lo que antes no había visto. Al dorso, había otra inscripción: el

nombre de una mujer, el año del nacimiento, el año del fin.
 

Eduardo Galeano

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