jueves, 16 de marzo de 2017

El tambor de cartón.



De pequeño me gustaba jugar con figuritas. Las guardaba en un tambor de cartón, rescatado del jabón de lavadora que compraba mi madre. Allí se mezclaban indios y vaqueros, soldados alemanes, romanos, guerreros medievales, dinosaurios, de plástico, articulados, pintados o de un sólo color y de diversos tamaños y escalas. Cuando lo volcaba, de sus entrañas salía vomitado un ejército multiforme al que durante horas tenía maniobrando a mi antojo. Haciéndoles arrostrar los peligros mayores y batiéndose el cobre en diferentes batallas y enfrentamientos con enemigos imaginados o reales. Exhausto después de tanta muerte y resurrección, volvían a ocupar la panza del cilindro hueco. Me duraron mucho más que mi infancia. Nunca me gustó romper muñecos.
 
©Jesús J. Jambrina  

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