miércoles, 13 de mayo de 2015

El enamorado.


 Estaba radiante, los días plenos de sol, la calle en plena sinfonía primaveral y él con una sonrisa de oreja a oreja, con aquel enorme ramo de rosas. Andaba por el medio de la acera, con la cabeza bien alta y balanceando sus kilos y también aquel ramo, con una cantidad ingente de rosas rojas, varias docenas. Mirando a la gente como queriendo decir, sí son para mi amor, para ella, para mi diosa. Nada le importaba ahora sus michelines, ni su calva, ni su falta de estilo a la hora de combinar colores. Ella lo había elegido a él, por algo sería.

Ella. Una diosa, sí. Nunca había pensado que podría estar con una mujer como aquella. Sofisticada, interesante, sensual, voluptuosa, con cara de ángel y maneras de demonio. Unos ojos azules claros, tan claros que a veces parecían blancos. Y una melena rubia que le llegaba más allá de la cintura. Una cintura que podría ser la escollera donde naufragara el deseo de muchos hombres.

Hoy le había dicho que sería un día especial, inolvidable... Inolvidable habían sido los días que había pasado con ella, apenas 28 días, pero nunca había sido tan bien tratado, tan envidiado por sus conocidos y tan admirado por las otras chicas. Estar con ella, era estar como con un ser diferente, como de otro planeta. Pero no sólo era eso, también era como le trataba, cómo le hacía sentir, las cosas que sabía y cómo se las contaba, como si conocieras muchas cosas, como si siempre las hubiera conocido, hablando con seguridad y aplomo, de manera concisa, transparente y a la vez con un halo de misterio.

Misterio, esa era la palabra que podía definirla, con más rotundidad que cualquier otra. Apenas sabía nada de ella, pero desde el primer día se había entregado, como nunca antes lo habían hecho con él, así que misteriosa o no, para él era perfecta, colmaba todas sus aspiraciones y muchas más.

Demasiadas rosas quizás, pero seguro que a ella le encantaban, siempre le gustaba todo lo que viniera de él, hasta los comentarios más torpes y sosos, o los planes más anodinos, parecía que a ella todo le divertía y encantaba, como si todo fuera parte de una diversión aún mayor que no alcanzaba a entender, pero daba igual, lo mejor no cuestionarse el porqué de las cosas, a veces simplemente hay que dejarse llevar y disfrutar. Bastantes preguntas le hacía difunta madre, era una de las cosas que agradecía de haberse quedado sólo en la vida, no tener que contestar preguntas, no le había gustado nunca, ni en la escuela, ni con los amigos, quizás por eso empezaron a tildarlo de solitario y rarito, sólo su madre seguía preguntándole, bueno eso hasta el pasado año, que finalmente Dios la llamó a su lado, tendrá muchas preguntas que contestar desde entonces.

Aquella increible mujer le había dicho que lo invitaba a comer en su casa, que hoy sería un día especial, conocería a parte de su familia y sería algo digno de recordar, al fin sabría más cosas de ella. Conocer a su familia, con tan solo esos 28 días le producía por una parte desasosiego y por otra le llenaba de agradecimiento que a él, una mujer como esa, la introdujera en su vida y en su familia. Iría aunque fuera al mismísimo infierno.

Llegado a la dirección que le había dado, un piso sofisticado del centro de la ciudad, de esos que llevaba allí toda la vida, con un enorme portal forrado de madera. Todo con un cierto aire decadente y a la vez como de rancio abolengo. Al llegar a la casa, ella, enfundada en un vestido rojo carmesí que acentuaba su sensual figura agradeció efusivamente el enorme ramo de rosas, daba igual que hubiera dos personas observando desde la puerta de lo que parecía la sala principal. Lo cogió de la mano y medio bailando y entre risas lo llevó hasta la puerta donde estaban aquellas dos personas.

   ̶  Queridos...os presento la cena...



©Jesús J. Jambrina

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